Mario Aguirre, un comediante en serio

Por Diana Rosa Riesco
Fotos Angelo Salas
 
 
“Mi nombre es Mario Rodríguez Aguirre, pero lo mudé un día cuando en la Sala Prometeo, su director, Francisco Morín, me dijo que Mario Rodríguez podía ser cualquiera, pero Mario Aguirre, era más particular y así lo he llevado durante 54 años de vida artística" – cuenta este actor cubano, representado por la Agencia Artística de Artes Escénicas ACTUAR que lo ha reconocido este año con el Premio por la obra de la vida.  
 
“Recuerdo que en aquella época estaba haciendo una versión de la comedia musical Mi bella dama que quedó mal por cierto, pero que después tuvo mucho éxito en 1980 cuando la presentamos en el Teatro Musical de La Habana, bajo la dirección de Nelson Dorr. Yo interpretaba entonces al padre y puedo confesarte que ha sido el personaje que más me ha costado en mi vida porque era un hombre muy prosaico, borracho…, pero inglés y Nelson quería que no pareciera cubano. Imagínate, era muy difícil, además tenía en contra un personaje muy popular que hacía en televisión: Atanasio Pindueles, derroche de vulgaridad, y no quería que se confundieran.
 
Volviendo a mis comienzos, te cuento que recibí clases de Elvira Cervera, maestra de actuación para niños, quien luego me impartió español y literatura en la Escuela Nacional de Arte, donde tuve la suerte de tener como profesor al director Roberto Garriga, fundador de la televisión, a quien agradezco mi formación como actor. A seguir entro en el grupo Teatro Estudio, bajo la dirección de Vicente Revuelta, Premio Nacional de Teatro, quien también me aportó muchísimo desde el punto de vista profesional.
 
Allí estuve 12 años, aprendí con grandes directores como Berta Martínez, Héctor Quintero, José Milián, Raquel Revuelta, Armando Suárez del Villar... pasando después al Teatro Musical de La Habana, donde evolucioné como comediante y cantante”.
 
¿Y cantaba?
 
“Siempre canté desde niño, incluso hubo espectáculos en los que sólo cantaba y como la base de esa compañía era musical, progresé profesionalmente como actor haciendo comedia; lo que me permitió luego entrar en el mundo del cabaret, donde estuve muchos años, actuando en los mejores cabarets de los hoteles de La Habana como Capri, Habana Libre, Hotel Riviera y en el Jagua de Cienfuegos”.
 
¿Se considera un actor de televisión?
 
“La televisión supuestamente es importante, no porque el público te quiera más, sino porque, en general, se respeta más al artista que tiene un nombre reconocido. A mí me ha dado muchas posibilidades, sobre todo popularidad, aunque los artistas más conocidos no siempre son los mejores. Por ejemplo, yo llevaba una carrera en el teatro muy exitosa y no me conocía nadie; conté tres chistes en televisión y me hice famoso. Claro, no puedo creerme por eso que esos chistes eran gloriosos, mágicos o mejores que los que hice antes”.
 
Pero sus chistes son serios y nada vulgares.
 
“Bueno, eso tiene que ver con la sensibilidad del artista. Nunca me ha gustado agredir al público o burlarme para que este se divierta. Incluso, cuando he intentado hacer chistes más osados, no me he reconocido en ese tipo de trabajo. Sé lo que he hecho, lo que debo hacer y lo que haré; por suerte estoy claro, no puedo hacer ese tipo de humor y no me interesa aprenderlo tampoco, mucho menos a esta edad.
 
La creación debe ser tomada con la mayor seriedad y rigor posible. Hay comediantes que no consiguen terminar el chiste porque empiezan a reírse, a veces hasta están en una situación menos divertida y se ríen para contagiar al público, quien no se entera nunca de qué se está riendo.
 
Yo no comparto esta forma de hacer humor, tengo como referente a dos grandes cómicos: Chaplin y Cantinflas, quienes rara vez reían porque las situaciones que creaban eran dramáticas y a partir de ellas desarrollaban su actuación de una manera tan divertida que lo trágico era muy cómico para el público”.
 
¿Te consideras chistoso por naturaleza o eres una persona seria que hace reír?
 
“Mira, me convertí en cómico por accidente. Mi sueño era ser un gran actor, interpretar obras de Shakespeare, de Tennessee Williams…, pero en Teatro Estudio, grupo dramático por excelencia, una vez cuando la eminente actriz y directora cubana Raquel Revuelta le manifestó a Hector Quintero su interés de hacer una obra para reabrir el teatro, acordaron que no sería comercial, sin embargo con nuestras sugerencias ésta fue tornándose comedia.
 
Y ahí nace el personaje de Atanasio Pindueles que fue un suceso, porque era un cantante que había ganado un premio, pero no sabía hablar, la canción era espantosa, entonces todo era muy divertido y se convirtió en el número más exitoso del espectáculo”.
 
¿Ha tenido presentaciones en algún escenario internacional?
 
“Estuve en 1993 en México y fue interesante porque tanto en Campeche como en Ciudad del Carmen, la gente se manifestó muy receptiva. También me gustó trabajar en 1997 con la Sociedad Dramática de Venezuela en Maracaibo. Allí escenificamos una comedia cubana, en la que mi personaje era un tartamudo que quería ser actor y no podía hablar; y me fue muy bien. En Estados Unidos hice algunos trabajos en televisión y cabaret… pero a eso no le doy carácter internacional, pues en Miami la mayor parte del público era cubano y me conocía. Aun así, pienso que el artista debe trabajar en cualquier lugar del mundo y respetar a cualquier tipo de público”.
 
Sin embargo, es muy difícil hacer humor fuera de nuestro escenario.
 
“Sí, pero todo es difícil, bailar ballet es difícil, cantar ópera…y cuando el idioma no te ayuda es mucho más difícil, pero en mi caso, mis trabajos han sido en países como Colombia, Venezuela, México, Miami… con públicos de habla hispana”.
 
Y así es como Mario Aguirre, a lo largo de los años, ha ido creando personajes, , revistas musicales, espectáculos como comediante, donde incluye poesía, canción, cuento… y mucho humor, convencido de que el rigor, la dedicación y el respeto por el público son cualidades que debe tener todo artista; ya sea actuando en el teatro Karl Marx de Cuba, como en el National Theatre de Londres.